Volvemos a hablar del cocinado limpio[1]. Hoy, a partir del artículo “Cocinas menos contaminantes que se pagan salvando bosques”, de Raquel Seco, publicado en El País-Planeta Futuro[2]. Expone la forma de trabajar de la empresa Burn, en Kenia, que le permite vender cocinas y ollas eléctricas en plazos baratos y adaptados a los clientes, que ahorran en combustible y tienen el aire más limpio.
Sabemos que, en el mundo, muchas personas, unos 2.400 millones, no tienen acceso a combustibles limpios para cocinar y que la mayoría de ellas dependen de biomasa (leña, carbón vegetal, estiércol) y que esa cifra disminuye muy lentamente.
Su artículo mira hacia las personas que producen esa biomasa -lo más habitual, mujeres y niñas- considerándolas como productores y trabajadoras. Por un lado, su conocimiento y experiencia pueden ayudar a los esfuerzos para mejorar las alternativas al cocinado limpio y a los derechos de género. Por otro, considera que es importante reconocerlas como fuerza de trabajo, para mejorar las condiciones en las que trabajan.
Sabemos que unos 700 millones de personas carecen de acceso a un suministro moderno de energía, necesario para el bienestar social y el crecimiento económico. El artículo / noticia señala que afecta más a las mujeres, puesto que son ellas quienes más soportan las consecuencias negativas de esa carencia: desde tiempo y trabajo no pagados -para recoger combustible y otros recursos domésticos- hasta daños a la salud causados por el humo dentro de casa. Y que las energías renovables descentralizadas no solo pueden reducir la pobreza energética, sino también facilitar el empoderamiento de las mujeres, al dejarles más tiempo para utilizarlo de modos más productivos y para mejorar su bienestar general.